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No al Decreto 345/25. Defendamos la Ley Nacional del Teatro 24800/97

Soretes

Es entendible que quien no sabe nada sobre un tema sólo se pueda encargar de despreciarlo e intentar destruirlo. Como también es comprensible que exista una falta absoluta de interés en mejorar la calidad de algo que no se conoce.

El gobierno actual está demostrando que no sólo toman como rutina pegarle a jubiladxs en las marchas de los miércoles, censurar y perseguir periodistas, negarle los medicamentos a pacientes oncológicos, ningunear a las personas con discapacidad, tomar deuda que pagará quién sabe cuándo o cómo, engañar y descalificar a quien no piense como ellxs (incluso fagocitándose a sí mismxs), ser un lamebotas de los dichos, acciones y decisiones de empresarios multimillonarios y el presidente de Estados Unidos, sino también ensañarse en destruir aquella casa que involucra artistas llamada CULTURA. Esa casita que fue cimentándose poco a poco, ladrillo a ladrillo, a lo largo de los años por parte de personas que a veces compartían afiliación política y a veces no, pero que siempre tuvieron en común el arte como expresión del pueblo, como símbolo identificatorio de quienes somos y una forma de documentar la historia argentina desde manifestaciones artísticas.

El ataque sistemático, progresivo y descalificante hacia quienes trabajamos por y para el fomento de la cultura nacional es no sólo abusivo por parte del gobierno de La Libertad Avanza sino también denigrante a nivel internacional. La Argentina siempre tuvo un rol de peso en cualquiera de las expresiones artísticas y esto no lo digo de una manera patriotera sino para que se comprenda dónde estamos paradxs internacionalmente en la cultura global. La Argentina tiene valores que son una inspiración para personas de otros países y un ejemplo a seguir. ¿Cómo llegaron a ese lugar? Generalmente luchándola y haciéndose ver por medio de su talento y creatividad. Nadie nos regala nada acá, ni somos una máquina de fabricar talentos, sino que nuestra propia solidaridad y reconocimiento es lo que nos hace crecer. Eso es evidentemente lo que los títeres al mando de Javier Milei no parecen estar entendiendo.

Lo que están haciendo con el Instituto Nacional del Teatro al centralizarlo e intentar que sea un trabajo ad honorem es absolutamente indignante. Están burlándose de todas las personas que durante casi todo el siglo XX pelearon para poder organizarnos como un grupo colectivo, tal la naturaleza de nuestro arte.

Así como no hay teatro sin público, no hay arte sin organización colectiva. El INT tiene fuerza porque todos los gobiernos que pasaron desde 1997 hasta ahora (menemismo, kirchnerismo, macrismo, Alberto) entendieron que no es una máquina que fabrica billetes sino un punto crucial para fomentar el teatro de manera federal, sin banderas políticas, sin consignas individuales y sin pensar en otra tarea que no sea la de construir un ambiente propicio para el desarrollo del teatro nacional. No son ñoquis que esperan al último día hábil para cobrar sino personas instruidas y reconocidas en el ambiente quienes trabajan en el organismo día a día para armar festivales, editar libros, abrir salas de teatro independiente, darle oportunidad a talentos nuevos (como empezamos todxs lxs artistas alguna vez) y producir obras de teatro a lo largo y ancho del país, entre otras muchas acciones que hacen día a día. Sin una organización interna y autárquica, el INT recae en manos del gobierno de turno para que haga lo que quiera con el mismo, como si fuera un espacio prescindible. Y no lo es. Ellxs mismxs, quienes lo atacan, saben que no lo es, y por eso le ponen palos a la rueda de la cooperatividad.

Sin un INT autogestionado no hay nuevas obras independientes, no hay nuevos libros de teatrología, no hay nuevos teatros independientes y no hay festivales que nos hagan compartir espacio con artistas y técnicxs de otras provincias y países y nos demuestren de qué somos capaces. Porque saben que todo esto implica darle al pueblo la posibilidad de reflexionar y pensar sobre lo que les sucede. Y eso parece que no les gusta.

Ya sobrevivimos al exilio por la censura de la última dictadura militar; ya sobrevivimos a miles de incendios de teatros, incluyendo El Picadero cuando se hacía el Teatro Abierto; ya sobrevivimos a la bomba que le pusieron al T.N.T. y sobrevivimos a muchos ataques más contra la cultura y contra quienes trabajamos para que la misma prevalezca y documente lo que pasa en ese momento determinado de la Argentina. Podemos volver a resurgir uniéndonos y demostrándole a los cazadores de brujas que el arte se hace colectivamente y que el dinero que se invierte vuelve en emociones que no se miden con billeteras, sino con momentos irrepetibles que quedan para siempre.

Acusarnos de malgastar dinero en el arte es una excusa para volver a censurarnos, para querer acallarnos cuando no saben que somos más, que nos apoyamos mutuamente y que la organización es horizontal por un bienestar mayor, no dedocrática (como bien demostró LLA con sus nombramientos de asesores, ministrxs y candidatxs).

Decirnos que el INT es un instituto inútil, tal como dijo el vocero Adorni, es reírse de nuestra lucha diaria de trabajo, constancia y disciplina constante por mejorar el teatro nacional. Centralizarlo es vaciarlo por dentro.

Los logros del INT no se miden en dinero y los costos operativos no son un gasto, sino una inversión para el presente y futuro de la cultura nacional.

Somos actores, actrices, iluminadorxs, escenógrafxs, directorxs, docentes, dramaturgxs, teatrerxs, teatrólogxs, investigadorxs y un enorme público de teatro que ama este arte y que sabe las consecuencias nefastas que puede tener esta decisión en el futuro del arte escénico de cada una de las provincias y en las actividades que ahí se hacen. Los logros o las experiencias no se miden con economía.

Y no es que no hay plata: sobran SORETES en el Gobierno.

(Imagen: “Educación para la ciudadanía” – Mural realizado por Escif en Valencia)

Escrito por Abel Lisman

Actor, Profesor Nacional de Teatro (COSATYC Andamio '90), asistente de escena del teatro de Andamio entre los años 2010 y 2012; colaborador en diversas obras teatrales de Buenos Aires y Mendoza; escritor de un libro sobre pedagogía ("Pedagogía Incendaria. La escuela tiene los días contados"). Crítico teatral de la revista "Palabras Macabras" (2018) y del Diario El Sol (2023).

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