¿Cuál es el sentido de este hombre tan solo?

Damiens, el cuerpo de los condenados

Función estreno. Una cuadra de cola para entrar, lo cual siempre es hermoso de ver.

Un hombre en búsqueda, música gótica que anticipa que algo va a suceder. La acción ya comenzó. Papeles tirados por doquier.  Columnas de diarios. Un escritor entre la inspiración y el soliloquio. ¿Qué busca? ¿Qué encuentra entre sus diálogos internos externalizados?

Este unipersonal nos narra la historia de un escritor que está conflictuado intentando escribir sobre un personaje. Pero no cualquier personaje, sino uno controvertido, que pudo haber cambiado la Historia para siempre, pero no pudo hacerlo: Robert-François Damiens. Este hombre fue un ciudadano francés del siglo XVIII que llegó a ser cercano al Rey Luis XV y a quien intentó matar de un navajazo, según algunas fuentes, como portavoz de un malestar popular, en el año 1757. Por este acto fue brutalmente masacrado por el parlamento. Faltarían 32 años para que la Revolución Francesa elimine por completo a la realeza gala, por lo que, al igual que Jarry o Ibsen en el teatro, podría decirse que fue un vanguardista de los hechos que acuciaron los eventos posteriores en Francia.

¿Qué tiene que ver esto con lo que se ve en la obra de teatro y en su personaje principal? En que Joaquín de Lucía, en un ida y vuelta interpretativo, se pone en la piel tanto de Damiens como en la del escritor que quiere retratarlo en un papel pero no sabe cómo.

En el medio mostrará conflictos que nos atañen a las personas de todas las épocas y nos plantea preguntas. ¿Qué diferencia a un personaje inacabado, irresoluto, de una persona que se supone ya sabe quién es? ¿Qué historia queremos contar? ¿Sucumbimos al morbo o podemos observar críticamente el horror y el silencio que nos rodea?

Sobre este último punto cabe destacar otro personaje que aparece en el relato: Molly, una niña pobre que vive en la calle y pide limosna. Quizás por una jugarreta del destino o porque el teatro se asemeja más a la realidad de lo que creemos, cuando estábamos en la fila para entrar al teatro se apareció ante nosotrxs Priscila, una mujer joven que vive en las calles de Mendoza con sus dos hijxs y nos pidió algo de comida o dinero para que tanto ella como ellxs pudieran sobrevivir un día más. ¿Cuántas Priscilas o Mollys vemos día a día sin darnos cuenta y las pasamos de largo? ¿Esperamos en silencio a que sus vidas mejoren mágicamente, las notamos solamente cuando aparecen negativamente en televisión o somos parte de la solución para ayudarlas?

La obra nos deja con preguntas, interrogantes sobre nuestra vida cotidiana y la forma de comprendernos como humanidad. Es reflexiva, intensa y por momentos cruda, aunque por otro lado diría que no es para cualquiera: requiere análisis y segundas lecturas.

La iluminación colabora positivamente para ambientarnos en los deseos de los personajes, y los momentos y situaciones que les suceden.

Desde lo actoral debo decir que esto es lo más fuerte que tiene la obra, dado que Joaquín de Lucía demuestra manejar los recursos vocales, corporales e interpretativos con maestría. Pero en contrapartida con su gran trabajo, tuve una sensación contradictoria cuando saludó al público. Cuando agradeció a la audiencia por haber asistido nos reconoció que qué bueno que le hayamos prestado atención a él por una hora en lugar de nuestros celulares. ¿A qué hemos llegado? Perdón, pero no podemos permitir que estos dispositivos compitan con el teatro, siendo que son mundos totalmente opuestos. Sí considero que los smartphones nos quitan tiempo de vida pero el teatro es una inyección de confianza en la humanidad que de por sí sola nos hace querer seguir vivos y amar lo que hacemos.

Me quedo con la frase “¿puedo dejar de escribir?” porque tanto el teatro como la escritura nos permiten ver y comprender la realidad para conocerla mejor. “Los historiadores no saben nada.” No, no saben nada si no suben al escenario y lo vivencian en carne propia. Que viva el teatro.

Ficha técnica:

Actuación: Joaquín de Lucía

Dirección: Eugenia Videla y Joaquín de Lucía

Dramaturgia: Cristian Palacios

Dirección de Arte e iluminación: Belén Blu

Diseño gráfico: Ariel García

Fotografía: Carina Ortigala Sol

Producción: Flor Marziali

Escrito por Abel Lisman

Actor, Profesor Nacional de Teatro (COSATYC Andamio '90), asistente de escena del teatro de Andamio entre los años 2010 y 2012; colaborador en diversas obras teatrales de Buenos Aires y Mendoza; escritor de un libro sobre pedagogía ("Pedagogía Incendaria. La escuela tiene los días contados"). Crítico teatral de la revista "Palabras Macabras" (2018) y del Diario El Sol (2023).

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