Es un momento muy interesante para ir al teatro en Mendoza. Comienza a aflojar el invierno, a haber eventos en distintos ámbitos y festivales que invitan a verse nuevamente, si es que el frío no nos lo permitió. Se descongela la distancia social y nos volvemos a reunir en ese ritual eterno que tanto nos enseña y que tanto vive para disfrute de los humanos.
En este caso presencié parte de la celebración por los 40 años del Teatro Cajamarca, el cual se festejó con varias obras de teatro y un taller a cargo del gran Javier Daulte, uno de los grandes referentes de la dirección teatral y dramaturgia de Buenos Aires y de la Argentina. [Todavía recuerdo en primer año de la facultad (2009) cuando nos mandaban a ver obras de él, Spregelburd y de Tolcachir a los teatros porteños y estudiar sus vidas para comprender la escena contemporánea y los caminos del teatro en el futuro cercano.]
Sobre la obra en cuestión que analizaré a continuación, se trató de “Espero morir y que no haya eternidad (EMYQNHE)”, una obra escrita y dirigida por David Maya y dedicada a la memoria de su padre Mariano Maya. Quiero comenzar diciendo que si existe cine de autor, me gustaría que exista la categoría de “teatro de autor”, ya que esta obra lleva la marca personal del director por todos lados y siendo precisamente autobiográfica del modo en que las emociones pueden convergerse en el teatro para canalizar los sentimientos y llevarnos a un lugar ajeno pero tan propio de cada unx.
La decoración que va y viene o que se queda nos obliga a dar un pésame con flores, a reconocer las urnas donde están ubicadas las cenizas de algunas personas, a formar parte de este momento tan especial y único.
Nos introducimos en un rito funerario, al cual nos guía y acompaña un guitarrista que no nos despierta temor sino calma, como un Tánatos que alivia la carga de estar vivos en el limbo o el mundo de los muertos.
Se acercan diversos personajes que más que seres concretos son nuestras sensaciones con relación a este tema tan delicado y vedado por la sociedad. Podemos visualizar las etapas del duelo que se plantean desde la psicología (negación, ira, negociación, depresión, aceptación) que se manifiestan en escena, que nos increpan y que hacen Katharsis en nosotrxs. Una manera bien teatral de expurgar nuestras pasiones, en un momento que me parece que lo necesitamos bastante.
Sí existe claramente la figura de un sepulturero que está y no está. Esto me llevó a preguntarme: ¿qué piensa un sepulturero? ¿Qué considera que es la Muerte? ¿Sería nuestro Caronte en la realidad? ¿Cuánto de él se entierra con cada persona y cuánto queda en la superficie? “Nadie sabe lo que es la vida hasta que se topa con la muerte.”
Por otro lado también nos atraviesa la pregunta “¿qué es el destino?”, que nos obliga a vernos al espejo de nuestro pasado, presente y futuro.
Desde mi perspectiva, y esto es más que nada una apreciación personal, incluso pude ver algún personaje con el síndrome de Cotard, preguntándose si está vivo o no y si lo que sucede a su alrededor está de este o del otro plano de la existencia.
Es una obra que no está digerida, que no quiere que el/la espectador/x se vaya como entró, sino que reflexione sobre sus propias vivencias y termine la obra pensando en aquello que quizás nunca le pudo decir a esa persona que ya no está o debería comunicarle a quien sabe que no le queda mucho tiempo.
Podemos encontrarnos en la obra y en la sucesión de acciones que le realizan los personajes claras influencias y conocimiento del género “Tragedia”: Macbeth, Edipo, Romeo y Julieta, Antígona y otras dicen presente aquí… Me alegró volver a reencontrarme con textos que me hacían pensar tanto cuando los estudiaba.
Esto se da, por supuesto, porque lxs intérpretes demuestran talento y capacidad en escena. No cualquiera puede hacer Tragedia y estamos frente a cuatro intérpretes que dejan todo en escena; que nos demuestran que el teatro es tanto un espectáculo como una muestra de quienes somos. Se nota el respeto que le tienen a la obra y la necesidad de contar una historia que nos quede grabada y que inmortalice a un ser tan querido por el director.
Dicen que los homenajes se hacen en vida, pero el arte homenajea para inmortalizar, para quedar por siempre en el inconsciente colectivo y tatuarse a fuego en la vida de quienes tienen la fortuna de aprender de este tipo de experiencias. “Resucitá vos si podés” nos diría alguno de los personajes.
Hablemos de la muerte. No nos olvidemos que somos humanos, seres finitos y conscientes de nuestra propia existencia y nuestro propio final. ¿Es inevitable? ¿Existen cambios cruciales en cada unx en el momento en que nos damos cuenta que algún día vamos a dejar de existir en el plano físico? ¿Es posible trascender? El teatro nos complementa cuando necesitamos llorar y recordar que somos seres orgánicos, por lo que venimos de la naturaleza y volvemos a ella. Sembraremos semillas de nuestros seres queridos en la tierra donde les toca descansar en paz y observar nuestras creaciones, acompañándonos y guiándonos en el recorrido que nos toca continuar.
Como diría Canserbero (siendo alguien prestado por el Hades para comprender mejor la vida): “no se muere quien se va, sólo se muere el que se olvida.” Gracias, David, por la obra y por el mensaje.
Ficha técnica
Actúan: Cristian Bustos, Maximiliano Correa, Luna Küyen, Claudia Polo
Voz en Off: Guillermo Troncoso
Vestuario: Musas Ropajes Teatrales, Licia Kuhne, Melisa Lara
Diseño de escenografía: Angel David Maya
Realización de escenografia: Ludmila Espinosa
Redes Sociales: Luna Jofré Gómez
Diseño De Iluminación: Angel David Maya
Fotografía: Acolor, Walter Guasco
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